Boedo Mi barrio, mi gente y algo más

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Horacio Di Giuseppe, edición del autor, 2012

Prólogo de Luís Alposta

Este libro, largamente soñado por su autor, será presentado el 4 de diciembre, a las 19h. en la Academia Porteña del Lunfardo y seguramente más de una personalidad de la cultura se referirá al mismo. Nuevo Ciclo por supuesto estará allí acompañando a su autor, que tantas veces vistió de gala estas páginas. En nuestra próxima edición daremos cuenta de tal acontecimiento, al cual quedan invitados nuestros lectores. Sin embargo, por gentileza de su prologuista, nuestro común amigo el Dr. Luís Alposta, ofrecemos en exclusividad sus autorizadas palabras.

Prólogo

¿Para qué sirve prologar un libro de poemas?

Convengamos que para poco o nada. El prologuista corre el riesgo de ser visto como un advenedizo, que no hace más que demorar lo esencial: la voz del poeta. El prologuista puede pasar por un tramposo, que recurriendo a la técnica del palimpsesto repite en la introducción, en el mejor de los casos, la esencia de lo que el lector hallará por su cuenta.

Pero aquí el prólogo se impone. El autor de este libro no sólo es un amigo sino, además, un admirado poeta.

Y entonces, sin intentar los panegíricos e hipérboles que toda convencional presentación presupone, hago de una página en blanco el blanco de esta página y en él hay una bienvenida. La presentación de un libro debería ser siempre el resultado natural de una decisión afectiva después de su lectura, y ésta no resulta la excepción. Por eso es que sin meterme a crítico literario, y sin serlo, puedo apelar más a la inalienable raíz subjetiva del “me gusta o no me gusta”. Y al “me gusta”, que no puedo dejar de expresar en este caso, tampoco puedo dejar de agregarle el “mucho”.

El título mismo del libro, “Boedo… mi barrio, mi gente y algo más”, es ya una explícita declaración de los rumbos líricos por los que el poeta transita y por los cuales, con voz cada vez más ahondada, continúa transitando.

Una voz con plenitud de tonalidades pujantes de vida hecha poesía y de poesía estremecida de vida, y un entrañable barrio como núcleo generador de un vasto mundo poético elaborado por Horacio Di Giuseppe.

Sonetos que evidencian que el caudal poético de nuestro amigo mantiene indemne su entusiasmo.

Suele decirse que la obra de todo escritor es, esencialmente, autobiográfica.

En algunos podrán ser sólo anécdotas o un circunstancial relato; en otros la historia alquitarada de una sensibilidad. En unos lo autobiográfico de la obra es el relato de un drama y en otros el raconto alegre de una dicha. Y Horacio Di Giuseppe es el poeta de la dicha. Porque para poder escribir una sola línea sobre él es necesario haber visto sonreír a Mónica y a Gabriela – su mujer y su hija -, a quienes les dedica sendos sonetos; haber visto un atardecer desde la mesa de cualquier café de Boedo; tener amigos y recordar a los que ya no están, es decir, tener la vivencia de todo cuanto acaece y es evocado en este libro.

Su mejor soneto, a mi entender, titulado “Polio”, existe más allá del dolor y la emoción con que ha sido escrito.

Horacio Di Giuseppe es un poeta inconfundiblemente porteño. El uso del lunfardo y ciertas modalidades sintácticas y prosódicas lo deschavan.

En una de las charlas que Evstushenko pronunció durante su estada en Buenos Aires, hace de esto ya muchos años, se refirió a las cualidades que se necesitan para ser un auténtico poeta. Con la fidelidad que la memoria me permite me atengo a lo que dijo entonces:

Las cualidades para ser un auténtico poeta son, probablemente, cinco:

Primera: tienes que tener conciencia, aunque esto no basta para ser poeta.

Segunda: tienes que ser inteligente, aunque esto no basta para ser poeta.

Tercera: tienes que ser audaz, aunque esto no basta para ser poeta.

Cuarta: tienes que amar no sólo tus versos sino también los de los demás y, sin embargo, tampoco esto basta para ser poeta.

Quinta: tienes que escribir buenos versos, pero si no tienes las anteriores cualidades, tampoco esto bastará para ser un buen poeta.

Y Di Giuseppe cumple sobradamente con las cinco.

Por mi parte, suelo entender que el hombre no sólo se hace por lo que le acontece sino, también, por cada libro que lee; y quien no ama los libros es muy desgraciado, aunque no siempre se de cuenta de ello. Y quien no ama la poesía tampoco puede llegar a sentir un auténtico amor por la prosa. La poesía nos educa el gusto por la literatura en general.

Un poeta inglés dijo que la poesía es aquello que modifica inmediatamente al lector. Que cuando se lee, uno siente que la sangre circula de otro modo, y que la voz de uno se eleva ante la necesidad de repetir aquello en voz alta.

Y yo siento ahora la necesidad de repetir en voz alta estos versos:

Polio

Se me cortó la piola de la infancia,

una tarde de abril, para más datos,

era el cuarenta y cinco y, te la bato,

me duelen hoy el tiempo y la distancia.

Se pareció a la gripe más fulera,

los médicos, en bolas, se miraban,

mis viejos, con los ojos, preguntaban,

y un tordo se arrimó hasta la catrera.

Me miró y sin dudar, dijo: “Paráte”,

yo amagué el envión, y no podía,

me pasaron mil cosas por el mate.

Me pregunté:”¿qué pasa?”, no entendía.

Diagnóstico, vecinas y el remate:

¡”Paralisinfantil”, Doña María!.

Luis Alposta